La muerte de Mario Vargas Llosa no solo marca el fin de una era en la literatura, sino también en la valentía del pensamiento. Más allá de sus novelas que nos llevaron de la Amazonia al París intelectual, el escritor peruano-español fue un símbolo del disenso. Un defensor incómodo de la libertad, incluso cuando esa libertad no caía bien.
Vargas Llosa no fue un hombre perfecto. Fue un hombre íntegro. Coherente con sus ideas, aunque estas fueran políticamente incorrectas. Y en un mundo donde parecer se valora más que ser, eso ya es un acto revolucionario.
En tiempos en los que el compliance suele confundirse con seguir reglas al pie de la letra, él nos recordaba que la integridad no siempre es cómoda, pero siempre es necesaria. “No hay libertad sin desobediencia”, escribió alguna vez. ¿Y cuántas veces, en nombre del orden o del miedo, callamos lo que sabemos que es incorrecto?
En las empresas, en las instituciones, en los gobiernos, todos necesitamos más disidencia ética. Más personas que se atrevan a cuestionar, a decir “esto no se hace así”, aunque eso signifique incomodar. Porque el verdadero cumplimiento no es solo legal, también es moral.
Hoy, que despedimos a uno de los grandes escritores de habla hispana, sería justo preguntarnos: ¿cómo honrar a quienes no solo escribieron la historia, sino que la enfrentaron con su voz?
Desde el punto de vista del compliance, la respuesta es clara: defendiendo la verdad incluso cuando no es popular, fomentando la integridad, aunque implique nadar contracorriente.
Porque si algo nos deja Vargas Llosa, es la certeza de que la valentía intelectual también construye mundos mejores.
¡Hagamos que suceda! Promovamos una cultura donde el pensamiento crítico, la ética y la transparencia no sean la excepción, sino la norma.